The Vulture's Nest: Viaje Monocromático de 24 horas.

martes, diciembre 27, 2005

Viaje Monocromático de 24 horas.

Primera Parte


Amanecía como el común de los días, sin pena ni gloria, sin ansias de continuar las 24 horas que componían mi ciclo, sin tener ganas de tener que beber ese café todas las mañanas para energizar mi ya putrefacto cuerpo, debido a las fiestas, drogas y sexo; sin tener ganas tampoco de tener que estudiar esa carrera que en un comienzo tanto me había entusiasmado, sin tener ganas de ver esas mil y un caras que ya había memorizado por completo con el pasar de los años, que no eran más que caras, más que rostros; rostros banales sin mucho peso en mi U en la vida de uno de mis cercanos, que no eran muchos, claro.

Mi vida se había vuelto lo que temía desde que era un niño chico, una rutina. Ir y volver de la universidad, conversar con un par de amigos y mis padres, talvez con mi hermana, ir a un par de fiestas el fin de semana y tirar con alguna que otra mina que normalmente no volvería a ver por el resto de mi vida. No era eso lo que quería de mí, pero no sabía que era lo que podía hacer. Escuchaba música y trataba de descubrir que era eso que me hacía falta desde mucho tiempo. No pololeaba desde mi año mechón, aunque no fue una grata experiencia, me sirvió de algo; pero ya no. Ya no podían importarme mucho las personas, las trataba como basura, aunque ellos o ellas se dieran cuenta, pero a mí seguía sin importarme. Era un puto egoísta y un pragmático de mierda. Utilizaba a las mujeres, buscaba el placer que me daban, poco gozaba de su compañía fraterna; eran sólo un objeto. Como lamentaría esto más tarde.

Los días seguían y seguían, al igual que mi monótona y vacía vida, hasta que algo me pasó, como suele suceder en todas las historias. Iba un día en la mañana en el metro, escuchando Simon & Garfunkel, cuando el chofer anunció la estación de combinación con la Línea 2 Estación los Héroes. En estas circunstancias, cuando acostumbro a estar rodeado masivamente de gente extraña, examino las caras de las personas, las observo, hago inferencias, me imagino cosas de su vida, etc. Lo mismo hice con esta niña común y corriente que se subió a mi vagón por esas extrañas coincidencias de la vida. No era nada fea, debo admitirlo, y como usaba hacerlo, comencé a observarla. Ella también escuchaba música, estaba en su mundo, al igual que yo en el mío. Miraba fijamente por la ventana del metro el oscuro muro del túnel con luces de neón que pasaban centellantes y duraban tan sólo un nanosegundo. Se sostenía débilmente de la manilla y con cada parada del tren se mecía bruscamente y parecía que iba a caerse. No sentí nada cuando nos miramos mutuamente, pudieron haber sido desde segundos hasta minutos, que se yo, pero no sentí nada; para mí era otra simple mujer que usaba el metro, nada especial, nada raro.

Seguí viajando. El trayecto era largo hasta mi U, al parecer el de ella también lo era, porque me acompañó a lo largo de éste. Sus ojos verdes estaban absortos en la oscuridad del túnel, mil y una ideas pasaron por mi mente, que podría estar pensando aquella mina. ¿Habría notado mi presencia, que música escucharía, donde estudiaría, que problemas tendría? Uff. Mucho.

Me senté en un asiento que se había desocupado y mis piernas me lo agradecían. Justo sonó mi celular y ví que tenía un mensaje. Era de una loca de mi U, creo que le gustaba o algo porque me acosaba constantemente con mensajes y llamadas durante todo el día y durante toda la semana; era algo agotadora. Pero bueno, estaba yo leyendo susodicho mensaje y la vieja de al lado decidió bajarse. El asiento permaneció empañado por unos segundos debido al parecer a la extrema temperatura que poseía la señora en su parte baja del tronco. Iba a apoyar mi mochila cuando alguien se sentó a mi lado. Fuck pensé. Ni siquiera miré, pero no logré evitar que mi visión periférica pudiese notar dos brillantes esmeraldas a mi lado. Seguía sumergida en su música, con su apariencia algo snob, con sus zapatillas converse, con su reloj swatch y con su polera de marca. Sus manos se movían nerviosas y erráticas, al igual que su mirada lo hacía ahora. Me saqué los audífonos y escuché el eterno murmullo de la multitud enlatada dentro del vagón. Ella hizo lo mismo, pero no dijimos nada. Nuestro lenguaje corporal hablaba por sí solo. No la deseaba, pero tampoco me era indiferente. Era extraño.

Pasaron los minutos y las estaciones hasta que tuve que bajarme y ella seguía ahí, sentada, impávida, mirando por la ventana. Tal vez sería la última vez que la vería pero que va, no era nada especial. Me bajé y subí por la escalera de la estación, hasta ví a los vagabundos que pedían plata en el camino, pero no les di ni un peso.

Al llegar a la U me esperaba esta mina, la Javi. Estudiaba ingeniería comercial, al igual que yo, pero era 2 años más chica. Me dijo todo lo que había y no había hecho durante el fin de semana, me contó de sus planes para los 360 días del año que restaban, el nombre de los hijos que quería tener cuando tuviera 40, y un montón de boludeces más que me hizo decirle que se callara. Se quedó ahí parada mientras me volvía a poner mis audífonos, ahora escuchando a los Smashing Pumpkins y caminaba derecho hacía mi sala. Esta vez era econometría.

Durante toda la hora y media pensé en aquella niña que algo me causó, no puedo ser tan cínico. Era algo relativamente radical a las minas que normalmente me gustaban, pero igual no lograba pensar en los números y en las malditas ecuaciones. Me dije a mí mismo que si volvía a verla no sería por mero azar. En eso sentí un golpe en mi hombro, era el Vicho que me invitaba un pito al salir de clases y acepté como de costumbre.

Mientras nos deleitábamos con la ganya le comenté lo que me había pasado, en las voladas que me había ido y todo el hueveo. Sólo atinó a cagarse de la risa y no me dijo nada; esos eran mis grandes amigos. Terminé por dejarlo solo a que terminara de fumárselo y quise irme a mi casa. En poco llegué a la estación y volví a ver a los malditos vagabundos que pedían limosna. Miré al frente y seguí caminando, subí al vagón y me senté de inmediato. Miré de reojo y unos asientos más allá estaba ella. Ni huevón me paré y me fui a sentar a su lado. Se veía algo distinta, parecía triste, ya no escuchaba música, sus manos ya no se movían, sus zapatillas converse estaban entierradas y su reloj swatch marcaba las tres y media. Le susurré algo al oído, palabras que fueron silenciadas por el chirriante ruido del frenar del vagón. Me puse nervioso y volví a susurrárselo. Ella me miró con sus gigantescos y frondosos ojos verdes y movió delicadamente su boca mientras una sexy voz salía de ella. Así empezó todo.

Conversamos durante todo del viaje, ella se había abierto un poco, sus ojos ya no se veían tan tristes, su boca ahora esbozaba una pequeña sonrisa. Ver que aquel ser se alegraba al escuchar mis palabras, y yo con las suyas, me hizo sentir un calor dentro de mi pecho e hizo que se me apretara el estómago.

Me tomó de la mano y me guío fuera del vagón, me llevó por las escaleras y llegamos a un Starbucks. Toda una snob. Me compré un Capuccino y ella se compró un café extrañísimo, digno de los yankees. Seguímos ahí con la tertulia hasta que acabamos con nuestros brebajes. Me besó en la mejilla y me dio su teléfono y e-mail. Ella se llamaba Camila y estaba enamorado.



PD: Esta historia es 100% ficción, cualquier alcanze con la realidad es sólo una coincidencia.