The Vulture's Nest: El Impostor

lunes, junio 19, 2006

El Impostor


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Los tambores sonaban al ritmo de la noche, al ritmo de la jungla que recordaba dentro de sus cavidades. Los tambores retumbaban y lo hacían recordar. Recordar los ojos, los mil y un ojos, todos esos ojos encima de él, un completo extraño. La presencia omnipotente de la noche, la luna como un ojo sobrenatural que lo ve todo. Sí. Todo iluminado por ese ojo blanco, que nos mira de reojo, que se hace el tonto, que nos deja jugar, que nos deja escondernos, ese ojo que nos mira de frente una vez cada 28 días.

Silencio. Un lapso de silencio apartó la mente de sus recuerdos. Vio el púrpura río que fluía a través de la noche, el río que se escabullía entre sus manos. La corriente era fuerte, como si alguien estuviera muriendo. Los tambores volvieron al recordar aquel fluir del agua vital. Más fuertes, más sonoros, lo ensordecían. La noche brillaba como nunca, y sus manos también. Estaban manchadas, con esa agua púrpura, ese color incierto durante la noche. El ritmo lo manipulaba, venía muy profundo desde la jungla, o eso era lo que el pensaba. El viento agitaba su lacio pelo en la cobija de la selva.

Los mil y un ojos lo observaban apacible. Los tambores ya calmados lo dejaban tranquilo. Depositó la carne en el suelo y le enterró un puñal con colmillos de algún felino. Los animales la devorarían durante la noche.

Sus piernas ahora temblaban como espigas de trigo al viento. Sus pasos erráticos lo ponían aún más nervioso, ya no le importaba que la luna lo observase, el ojo celeste, el ojo de la noche.

Despertó de su pesadilla con el ruido de los tambores. Miró a su lado y estaba ella con su piel morena y ardiente, con su erotismo desnudo sin estarlo. Le acarició la cabeza mientras volvía a dormir. Nadie nunca sabría lo ocurrido aquella noche, sólo los mil y un ojos que siempre miran, desde los árboles, desde la penumbra, desde los pantanos, desde el cielo.